El IV Congreso del Partido de la Izquierda Europea (PIE) reunió 30
formaciones de izquierdas europeas en Madrid entre el 13 y el 15 de
diciembre, en busca de un discurso para unificar estrategias frente a las
políticas de austeridad y de sumisión de Bruselas al dictado de los mercados.
Este fue el discurso del invitado Vicepresidente del Estado Plurinacional de
Bolivia, Álvaro García Linera.
Permítanme celebrar este encuentro de la Izquierda europea y en nombre de
nuestro Presidente Evo, en nombre de mi país, de nuestro pueblo, agradecer la
invitación que nos han hecho, para compartir un conjunto de ideas, de
reflexiones en este tan importante congreso de la Izquierda Europea...
Permítanme ser directo, franco... pero también propositivo.
¿Qué vemos desde afuera de Europa? Vemos una Europa que languidece, una
Europa abatida, una Europa ensimismada y satisfecha de sí misma, hasta cierto
punto, apática y cansada. Sé que son palabras muy feas y muy duras, pero así
lo vemos. Atrás ha quedado la Europa de las luces, de las revueltas, de las
revoluciones. Atrás, muy atrás ha quedado la Europa de los grandes
universalismos que movieron al mundo, que enriquecieron al mundo, y que
empujaron a los pueblos de muchas partes del mundo, a adquirir una esperanza
y movilizarse en torno a esa esperanza.
Atrás han quedado los grandes retos intelectuales. Esa interpretación que
hacían y que hacen los post modernistas de que se acabaron los grandes
relatos, a la luz de los últimos acontecimientos, parce ser, que lo único que
encubre, son los grandes negociados de las corporaciones y del sistema
financiero.
No es el pueblo europeo el que ha perdido la virtud, ni ha perdido la
esperanza, porque la Europa a la que me refiero, cansada, la Europa agotada,
la Europa ensimismada, no es la Europa de los pueblos, es ésta silenciada,
encerrada, asfixiada. Y la única Europa que vemos en el mundo, es la Europa
de los grandes consorcios empresariales, la Europa neoliberal, la Europa de
los grandes negociados financieros, la Europa de los mercados y no la Europa
del trabajo.
Carente de grandes dilemas, horizontes y esperanzas, sólo se oye
—parafraseando a Montesquieu— sólo se oye el lamentable ruido de las pequeñas
ambiciones y de los grandes apetitos.
Unas democracias sin esperanza y sin fe, son democracias derrotadas. Unas
democracias sin esperanza y sin fe, son democracias fosilizadas. En sentido
estricto, no son democracias. No hay democracia válida que sea simplemente un
apego, aburrido a instituciones fósiles con las que se cumplen rituales cada
tres, cada cuatro o cada cinco años, para elegir a los que vendrán a decidir
de mala manera sobre nuestros destinos.. Todos sabemos, y en izquierda más o
menos compartimos, un pensamiento común de cómo hemos llegado a semejante
situación. Los estudiosos, los académicos, los debates políticos brindan un
conjunto de ejes interpretativos de lo mal que estamos y de cómo hemos llegado
ahí. Un primer criterio compartido, de ¿cómo hemos llegado a esta situación?,
es que entendemos que el capitalismo ha adquirido –no cabe duda- una medida
geopolítica planetaria absoluta. El mundo entero se ha redondeado. Y el mundo
entero deviene un gran taller mundial. Una radio, un televisor, un teléfono,
ya no tiene un origen de creación, sino que el mundo entero se ha convertido
en el origen de creación. Un chip se hace en México, el diseño se hace en
Alemania, la materia prima es latinoamericana, los trabajadores son
asiáticos, el empaque es norteamericano, y la venta es planetaria.
Esta es una característica del moderno capitalismo -no cabe duda- y es a
partir de ello que uno tiene que tomar acciones.
Una segunda característica de los últimos veinte años, es una especie de
regreso a una acumulación primitiva perpetua. Los textos de Karl Marx, que
retrataba el origen del capitalismo en el siglo XVI, XVII, hoy se repiten y
son textos del siglo XXI. Tenemos una permanente acumulación originaria que
reproduce mecanismos de esclavitud, mecanismos de subordinación, de
precariedad, de fragmentación, que lo retrató, excepcionalmente Carlos Marx.
Solo que el capitalismo moderno reactualiza la acumulación originaria. La
reactualiza, la expande, la irradia a otros territorios para extraer más
recursos y más dinero. Pero junto con esta acumulación primitiva perpetua –
que va a definir las características de las clases sociales contemporáneas,
tanto en nuestros países como en el mundo, porque reorganiza la división del
trabajo local, territorialmente, y la división del trabajo planetario-. Junto
con eso tenemos una especie de neo acumulación por expropiación. Tenemos un
capitalismo depredador, que acumula, en muchos casos produciendo en la aéreas
estratégicas: conocimiento, telecomunicaciones, biotecnología, industria
automovilística, pero en muchos de nuestros países, acumula por expropiación.
Es decir, ocupando los espacios comunes: biodiversidad, agua, conocimientos
ancestrales, bosques, recursos naturales… Esta es una acumulación por
expropiación -no por generación de riqueza- sino por expropiación de riqueza
común, que deviene en riqueza privada. Esa es la lógica neoliberal. Si
criticamos tanto al neoliberalismo, es por su lógica depredatoria, y parasitaria.
Más que un generador de riquezas, más que un desarrollador de fuerzas
productivas, el neoliberalismo es un expropiador de fuerzas productivas
capitalistas y no capitalistas, colectivas, locales, de sociedades.
Pero también la tercera característica de la economía moderna, no es
solamente acumulación primitiva perpetua, acumulación por expropiación, sino
también por subordinación – Marx diría subsunción real del conocimiento y la
ciencia a la acumulación capitalista-. Lo que algunos sociólogos llaman sociedad
del conocimiento. No cabe duda, esa son las aéreas más potentes y de mayor
despliegue de las capacidades productivas de la sociedad moderna.
Pero también la cuarta característica y cada vez más conflictiva y riesgosa,
es el proceso de subsunción real del sistema integral de la vida del planeta.
Es decir de los procesos metabólicos entre los seres humanos y la naturaleza.
Estas cuatro características del moderno capitalismo, redefine la geopolítica
del capital a escala planetaria, redefine la composición de clase de las
sociedades, redefine la composición de clase y de las clases sociales en el
planeta.
No solamente está la externalización -a las extremidades del cuerpo
capitalista de la clase obrera tradicional, clase obrera que vimos urgir en
el siglo XIX y principio del siglo XX que ahora se transfiere a las zonas
periféricas, Brasil, México, China, la India, Filipinas – sino que también
surge, en las sociedades más desarrolladas, un nuevo tipo de proletariado. Un
nuevo tipo de clase trabajadora. La clase trabajadora de cuello blanco.
Profesores, investigadores, científicos, analistas, que no se ven a sí mismos
como clase trabajadora, se ven a sí mismo como pequeños empresarios
seguramente, pero que en el fondo constituyen una nueva composición social de
la clase obrera, del principio del siglo XXI. Pero a la vez también tenemos
una creación -de lo que podríamos denominar- en el mundo, un proletariado
difuso. Sociedades y naciones no capitalistas, que son subsumidas formalmente
a la acumulación capitalista. América Latina, África, Asia, hablamos de
sociedades y de naciones no estrictamente capitalistas, pero en el conjunto
aparecen subsumidas y articuladas como formas de proletarización difusa. No
solamente por su cualidad económica, sino por las propias características de
unificación fragmentada, o de difícil fragmentación, por su dispersión
territorial.
Tenemos entonces, no solamente una nueva modalidad de la expansión de la
acumulación capitalista, sino que también tenemos un reacomodo de las clases
y del proletariado y de las clases no proletarias en el mundo. El mundo hoy
es más conflictivo. El mundo hoy está más proletarizado, solamente que las
formas de proletarización, son distintas a las que conocimos en el siglo XIX,
principio del siglo XX. Y las formas de proletarización de estos proletarios
difusos, de estos proletarios de cuello blanco, no toman necesariamente la
forma de sindicato. La forma sindicato ha perdido su centralidad, en algunos
países, y surgen otras formas de unificación de lo popular, de lo laboral, de
lo obrero. ¿Qué hacer? - la vieja pregunta de Lenin- … ¿Qué hacemos? …
Compartimos definiciones de lo que está mal, compartimos definiciones de lo
que está cambiando en el mundo, y frente a estos cambios no podemos responder
-o mejor- las respuestas que teníamos antes son insuficientes, si no, no
estaría gobernando la derecha, acá en Europa. Algo ha faltado y algo está
faltando a nuestras respuestas. Algo está faltando a nuestras propuestas.
Permítanme, de manera modesta, hacer cinco sugerencias en esta construcción
colectiva del quehacer que asume la izquierda europea.
La izquierda europea no puede contentarse con el diagnóstico y la denuncia.
El diagnóstico y la denuncia sirve para generar indignación moral y es
importante la expansión de la indignación moral, pero no genera voluntad de
poder. La denuncia no es una voluntad de poder. Puede ser la antesala de una
voluntad de poder, pero no es la voluntad de poder. La izquierda europea, la
izquierda mundial, a esta vorágine depredadora de naturaleza y de ser humano,
destructivo, que lleva adelante el capitalismo contemporáneo, tiene que
aparecer con propuestas o iniciativas. La izquierda europea, y las izquierdas
de todas las partes del mundo, tenemos que construir un nuevo sentido común.
En el fondo, la lucha política es una lucha por el sentido común. Por el
conjunto de juicios y de prejuicios. Por la forma en cómo de manera simple la
gente: el joven estudiante, el profesional, la vendedora, el trabajador, el
obrero, ordena el mundo. Ese es el, sentido común. La concepción del mundo
básica, con la que ordenamos la vida cotidiana. La manera de cómo valoramos
lo justo y lo injusto, lo deseable y lo posible, lo imposible y lo probable.
Y la izquierda –mundial, la izquierda europea- tiene que luchar por un nuevo
sentido común, progresista, revolucionario, universalista. Pero es
obligatoriamente, un nuevo sentido común.
En segundo lugar, necesitamos recuperar – como lo hacía el primer expositor
de manera brillante- el concepto de democracia. La izquierda siempre ha
reivindicado la bandera de la democracia. Es nuestra bandera. Es la bandera
de la justicia, de la igualdad, de la participación. Pero para eso tenemos
que desprendernos de la concepción de la democracia como un hecho meramente institucional.
¿La democracia son instituciones? Sí, son instituciones. Pero es mucho más
que institución. ¿La democracia es votar cada cuatro o cinco años? Sí, pero
es mucho más que eso. ¿Es elegir el Parlamento? Sí, pero es mucho más que
eso. ¿Es respectar las reglas de la alternancia? Sí, pero es mucho más que
eso. Esa es la manera liberal, fosilizada, de entender la democracia en la
que a veces quedamos encerrados. ¿La democracia son valores? Son valores,
principios organizativos del entendimiento del mundo: la tolerancia, la
pluralidad, la libertad de opinión, la libertad de asociación. Están bien,
son principios, son valores, pero no son solamente principios y valores. Son
instituciones, pero no son solamente instituciones. La democracia es
práctica. La democracia es acción, colectiva. La democracia en el fondo es
creciente participación en la administración de los comunes, que tiene una
sociedad. Hay democracia si en lo común que tenemos los ciudadanos
participamos. Si tenemos como un patrimonio común el agua, entonces
democracia es participar en la gestión del agua. Si tenemos como patrimonio
común el idioma, la lengua, democracia es la gestión común del idioma. Si
tenemos como patrimonio común los bosques, la tierra, el conocimiento,
democracia es gestión administración, común. Creciente participación común,
en la gestión del bosque, en la gestión del agua, en la gestión del aire, en
la gestión de los recursos naturales. A de haber democracia -hay democracia-
en el sentido vivo, no fosilizado del término, si la población y la izquierda
ayuda, participa en una gestión común de los recursos comunes, instituciones,
derecho, riquezas.
Los viejos socialistas de los años 70 hablaban que la democracia debería
tocar las puertas de las fábricas. Es una buena idea, pero no es suficiente.
Debe tocar la puerta de las fábricas, la puerta de los bancos, la puerta de
las empresas, la puerta de las instituciones, la puerta de los recursos, la
puerta de todo lo que sea común para las personas. Me preguntaba nuestro delegado,
de Grecia, me preguntaba sobre el tema del agua. ¿Cómo comenzamos nosotros en
Bolivia? Por temas básicos, de sobrevivencia, agua! Y en torno al agua que es
una riqueza común, que estaba siendo expropiada, el pueblo llevó adelante una
“guerra” y recuperó el agua para la población, y luego recuperamos no
solamente el agua, hicimos otra guerra social y recuperamos el gas y el
petróleo y las minas y las telecomunicaciones, y falta mucho más por
recuperar. Pero en todo caso este fue el punto de partida, la creciente
participación de los ciudadanos de los comunes, de los bienes comunes que
tiene una sociedad, una región.
En tercer lugar la izquierda tiene que recuperar también la reivindicación de
lo universal, de los idearios universales. De los comunes. La política como
bien común, la participación, como una participación en la gestión de los
bienes comunes. La recuperación de los comunes como derecho: el derecho al
trabajo, el derecho a jubilación, el derecho a la educación, gratuita, el
derecho a la salud, el derecho a un aire limpio, el derecho a la protección
de la madre tierra, el derecho a la protección de la naturaleza. Son
derechos. Pero son universales, son bienes comunes universales frente a los
que la izquierda, la izquierda revolucionaria, tiene que plantearse medidas
concretas, objetivas y de movilización. Leía, en el periódico, como se estaba
utilizando en Europa recursos públicos para salvar bienes privados. Esa es
una aberración, estaban utilizando el dinero de los ahorristas europeos para
salvar la quiebra de los bancos. Estaban usando lo común para salvar lo
privado. El mundo está al revés! Tiene que ser al revés, usar los bienes
privados para salvar y ayudar los bienes comunes. No los bienes comunes para
salvar los bienes privados. Los bancos tienen que tener un proceso de
democratización y de socialización de su gestión. Porque si no los bancos van
a acabar por quitar no solamente su trabajo, su casa, su vidas, su esperanza
y todo… y esto es algo que no se puede permitir.
Pero también reivindicar – en nuestra propuesta como izquierda- una nueva
relación metabólica entre el ser humano y la naturaleza. En Bolivia, por
nuestra herencia indígena, llamamos eso una nueva relación entre ser humano y
naturaleza. El Presidente Evo dice, la naturaleza puede existir sin el ser
humano, el ser humano no puede existir sin naturaleza. Pero, no hay que caer
en la lógica de la economía verde, que es una forma hipócrita de ecologismo.
Hay empresas que parecen ante ustedes los europeos como protectores de la naturaleza
y con el aire limpio, pero esas mismas empresas nos llevan a nosotros a la
Amazonia, nos llevan a América o a África, todos los desperdicios que aquí se
generan. Aquí son depredadores o aquí son defensores y allí se vuelven
depredadores. Han convertido la naturaleza en otro negocio. Y la preservación
radical de la ecología no es un nuevo negocio, ni una nueva lógica
empresarial. Hay que restituir una nueva relación. Que es siempre tensa.
Porque la riqueza que va satisfacer necesidades requiere transformar la
naturaleza y al transformar la naturaleza modificamos su existencia,
modificamos el BIOS. Pero al modificar el BIOS, como contra finalidad muchas
veces, destruimos al ser humano y también a la naturaleza. Al capitalismo no
le importa porque eso es un negocio para él. Pero a nosotros sí, a la
izquierda sí, a la humanidad sí, a la Historia de la humanidad sí le importa.
Necesitamos reivindicar una nueva lógica de relación… no diría armónica, pero
si metabólica. Mutuamente beneficiosa, entre entorno vital natural y ser
humano. Trabajo, necesidades.
Por último, no cabe duda que necesitamos reivindicar la dimensión heroica de
la política. Hegel veía la política en su dimensión heroica. Y siguiendo a
Hegel supongo, Gramsci decía, que las sociedades modernas, la filosofía y un
nuevo horizonte de vida, tienen que convertirse en fe, en la sociedad, o
solamente puede existir como fe el interior de la sociedad. Esto significa
que necesitamos reconstruir la esperanza. Que la izquierda tiene que ser la
estructura organizativa, flexible, crecientemente unificada, que sea capaz de
rehabilitar la esperanza en la gente. Un nuevo sentido común, una nueva fe
–no en el sentido religioso del término- sino una nueva creencia generalizada
por la que las personas apuestan heroicamente su tiempo, su esfuerzo, su
espacio, su dedicación.
Yo saludo – lo que comentaba mi compañera, cuando nos decía, hoy nos estamos
reuniendo 30 organizaciones políticas- Excelente! Quiere decir que es posible
reunirse. Que es posible de salir de los espacios estancos. La izquierda tan
débil de hoy en Europa, no puede darse el lujo de distanciarse de sus
compañeros. Podrá haber diferencias en 10 o 20 puntos, pero coincidimos en
100. Esos 100 que sean los puntos de acuerdo, de cercanía, de trabajo. Y
guardemos los otros 20 para después. Somos demasiados débiles como para
darnos el lujo de seguir en peleas de capilla y de pequeños feudos,
distanciándonos del resto. Hay que asumir una lógica nuevamente gramsciana,
unificar, articular, promover.
Hay que tomar el poder del Estado, hay que luchar por el Estado, pero nunca
olvidemos que el Estado más que una máquina, es una relación. Más que materia
es idea. El Estado es fundamentalmente idea. Y un pedazo es materia. Es
materia como relaciones sociales, como fuerza, como presiones, como
presupuestos, como acuerdos, como reglamentos, como leyes. Pero es
fundamentalmente idea, como creencia de un orden común, de un sentido de
comunidad. En el fondo la pelea por el estado, es una pelea por una nueva
manera de unificarnos, por un nuevo universal. Por un tipo de universalismo
que unifica voluntariamente a las personas.
Pero eso requiere entonces, haber ganado previamente las creencias. Haber
derrotados a los adversarios previamente en la palabra, en el sentido común.
Haber derrotado previamente las concepciones dominantes de derecha en el
discurso, en la percepción del mundo, en las percepciones morales que tenemos
de las cosas. Y entonces eso requiere un trabajo muy arduo. La política no es
solamente una cuestión de correlación de fuerzas, capacidad de movilización.
Que en su momento lo será. Es fundamentalmente convencimiento, articulación,
sentido común, creencia, idea compartida, juicio y prejuicio compartido
respecto al orden del mundo. Y ahí la izquierda no solamente contentarse con
la unidad de las organizaciones de izquierda. Tienen que expandirse hacia el
ámbito de los sindicatos, que son el soporte de la clase trabajadora, y su
forma orgánica de unificación. Pero también hay que estar muy atentos -compañeros
y compañeras- a otras formas inéditas de organización de la sociedad, las
reconfiguración de las clases sociales en Europa y en el mundo, va a dar
lugar a formas diferentes de unificación, formas más flexibles, menos
orgánicas, quizás más territoriales, menos por centros de trabajo. Todo es
necesario. La unificación por centros de trabajo, la unificación territorial,
la unificación temática, la unificación ideológica… es un conjunto de formas
flexible, frente a los cuales la izquierda tiene que tener la capacidad de
articular, de proponer y de unificar, y de salir adelante.
Permítanme en nombre del presidente, en nombre mío, felicitarlos, celebrar
este encuentro, de desearles y exigirles -de manera respetuosa y cariñosa-
¡luchen, luchen, luchen! No nos dejen solos a otros pueblos que estamos
luchando de manera aislada en algunos lugares, en Siria, algo en España, en
Venezuela, en Ecuador, en Bolivia. No, nos dejen solos, los necesitamos a
Uds, más aun a una Europa que no solamente vea a distancia lo que sucede en
otras partes del mundo, sino nuevamente una Europa que vuelva nuevamente a
alumbrar el destino del continente y el destino del mundo.
ALAI - América Latina en Movimiento - 18 de diciembre de 2013
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